Por un nuevo Internet
Innovación y educación para salvaguardar nuestros derechos y libertades
La información extensiva sólo sirve para confundir más al espíritu, favoreciendo lo insignificante en detrimento de lo selecto y eficaz. Ortega y Gasset
Introducción
La información se ha convertido en un lujo. El ruido y la desinformación a la que estamos expuestos ha alcanzado un volumen insostenible propiciado por la combinación de diversos factores: el acceso a Internet, la democratización de la generación de contenido, los nuevos hábitos nacidos de las redes sociales, el formato en el que consumimos información (dispositivos móviles) y la concentración de poder en empresas tecnológicas son algunos de ellos. La llegada de la inteligencia artificial generativa es tan solo el último empuje de una tendencia ya imparable.
Como señalaba Ortega en los años veinte, el exceso de información no es positivo. Añadiríamos a dicha reflexión que, si la información es errónea o incluso está tergiversada, las personas no podemos tomar decisiones racionales, tampoco debatir. Sin estas capacidades perdemos autonomía y, en consecuencia, libertad, tal y como defendería Kant (Pérez-Verdugo, Barandiaran, 2023).
Muchos argumentarán que esta situación solo se ataja fomentando el pensamiento crítico. En nuestra opinión, esta idea es cuestionable. En primer lugar, porque como individuos somos menos capaces de lo que creemos. No son pocos los estudios que muestran nuestra incapacidad de distinguir titulares reales de falsos (Sanders, 2023). Pensemos además en los numerosos sesgos cognitivos a los que estamos expuestos. Si tomamos las dos formas de pensar descritas por Khaneman (2012), ¿pensamos rápido (”Sistema 1”) o lento, esto es, reflexionamos (“Sistema 2“)? ¿De verdad creemos que en una realidad como la actual utilizamos el “Sistema 2”? ¿Tenemos la capacidad de concentrarnos y razonar? ¿Tenemos el tiempo para ello? ¿Están diseñados los entornos digitales para esto? En nuestra opinión es justo al contrario. El diseño de las plataformas digitales, ideadas para captar la atención y retener al usuario, así como la sobrecarga de información, solo fomenta la toma de decisiones rápidas. Este tipo de decisiones son más susceptibles de estar influidas por diversos sesgos cognitivos y fomentan la creación de cámaras de eco, desincentivando, entre otras cosas, la contrastación de información. Dada las implicaciones sociales de las cámaras de eco, una vez dentro es muy complicado abandonarlas (Nguyen, C. T., 2020). En segundo lugar y aunque coincidimos en que la educación es el principal medio para combatir los efectos negativos del contexto descrito, sus beneficios se verán a largo plazo por la dificultad de delimitar conceptos como pensamiento crítico e introducirlos en los sistemas educativos. Aunque no hay un umbral a partir del cual introducir la enseñanza del pensamiento crítico, existirían evidencias que sostienen que el momento ideal es la adolescencia (Jensen, F. E., & Nutt, A. E., 2015), un público especialmente vulnerable a los efectos negativos de las plataformas digitales.
Parece evidente que estamos en un mundo más deseable, al contar con numerosas alternativas para informarnos, en contraposición a lo que vivieron generaciones anteriores en muchos países de Europa y todavía viven muchas sociedades a lo largo del mundo, donde la pluralidad es inexistente y todo llega filtrado. No obstante, y como argumentaremos, las nuevas “autopistas de la información”, las grandes plataformas digitales, tan relevantes hoy día, no pueden escudarse en la neutralidad para no actuar mínimamente.
A continuación, trataremos cómo confluye el desapego hacia la democracia y la “endiosación” de la tecnología. Esta situación nos habría llevado a ser menos exigentes en lo que a nuestros derechos se refiere cuando interactuamos en el mundo digital, así como respecto a las obligaciones de los espacios privados en los que actuamos. Analizaremos cómo ha cambiado la forma en la que consumimos información y el papel que juega la desinformación en este nuevo contexto, cómo se está afrontando en Occidente y la importancia de la colaboración público-privada.
Ascenso de la tecnocracia y conformismo
Imagine un péndulo. Podemos encontrar la idolatría de la técnica en un lado y la idolatría de la democracia en el otro, ¿en qué lado cree el lector que nos encontramos?
La experiencia democrática está en cuestión en occidente. ¿Hay motivos para pensar que estamos en un momento en el que la democracia se percibe de forma especialmente negativa? Atendiendo a los datos, parece que sí. Si observamos las conclusiones de estudios recientes, tanto de organizaciones privadas como de instituciones públicas y entidades educativas, la respuesta parece clara. En países como España o Estados Unidos, la mayoría de los encuestados afirman no estar satisfechos con el funcionamiento de la democracia (Pew Research Center, 2022). Esto es preocupante, especialmente en un año como el 2024, momento en el que escribimos estas líneas, en el que se celebran elecciones en todo el mundo (Ewe, K., 2023). En los días en los que redactamos esta reflexión, Joe Biden ha abandonado la carrera a la reelección como Presidente de los Estados Unidos, un evento rodeado de polémica y con un trasfondo que de algún modo explica la percepción de la democracia y los medios de comunicación en este país y que ciertamente podríamos extrapolar a todo Occidente (Williams, D., 2024). Los mismos medios que afirmaban que las acusaciones sobre el estado de salud de Biden eran falsas, exigieron su sustitución en la carrera presidencial norteamericana tras el debate.
Por su parte, los tecnólogos están actualmente idolatrados. Parece lógico en un contexto como el que acabamos de describir, especialmente si tenemos en cuenta que las empresas tecnológicas y las propietarias de plataformas o redes sociales, actualmente nos proporcionan una vía de escape. Elon Musk, propietario de X, entre otras compañías, cuenta con millones de seguidores, como atestigua la interacción de los usuarios con el contenido que genera en dicha plataforma. Lo mismo podríamos decir de Sam Altman y el equipo que lidera OpenAI, desarrollador del chatbot ChatGPT. Sus lanzamientos y apariciones públicas son seguidas en todo el mundo, como ya lo fuesen, en su momento, las de otros líderes de empresas tecnológicas como Steve Jobs y Apple. Esta “endiosación” de la tecnología coincide temporalmente con el desapego hacia la política y lo común mencionado, así como, desde nuestro punto de vista, con un repliegue del ciudadano hacia sí mismo.
Aunque resulte paradójico, la tecnología, que tanto ha impulsado la vida en sociedad, ahora está alejándonos de esta. En este sentido, defendemos que interacciones más frecuentes y en mayor volumen, algo que nos aportan las redes sociales, no equivale a mayor conexión, sino a mayor distanciamiento. El hombre actual, a través de su smartphone, vive virtualmente conectado, cuenta con acceso instantáneo a información y bienes, se basta a sí mismo. En cierto modo, podríamos argumentar que la tecnología nos está “descivilizando”, si entendemos, como creía Rousseau, que vivir en sociedad nos alejaba de esa parte constitutiva o natural del hombre, el egoísmo y nos permitía desarrollarnos moralmente, entendiendo que el bienestar del hombre civil se encuentra ligado al bienestar de la comunidad (Rosales, 1998). Frente a esta búsqueda de una sociedad justa, entendida, como defendería Sandel (2011), como aquella que busca cultivar la solidaridad y el sentimiento de mutua responsabilidad, podemos encontrar movimientos que defienden que esta es una tarea imposible, siempre que esté enmarcada en el Estado tal y como lo hacemos hoy. Volvemos de nuevo a la crisis de la democracia y a la percepción que los ciudadanos tienen de ella. En efecto, el caso de bitcoin es muy representativo. Más allá de su componente tecnológica o incluso especulativa, ha nacido en torno a él la idea de que es posible e incluso recomendable independizarse del Estado. Álvaro de María, autor del ensayo “La Filosofía de bitcoin”, lo expresa de este modo: “(Bitcoin) cambia los incentivos también de seguir perteneciendo al Estado, pues te permite secesionarte, salirte económicamente del sistema y analizar el coste de oportunidad de seguir en él.” (Cid, 2022). Aunque evidentemente Estado no es sinónimo de justicia, con todos los aspectos negativos de esta forma política, tampoco podemos afirmar que Estado equivalga a injusticia. Desde nuestro punto de vista, estos movimientos, que podríamos catalogar de libertarios, dejan de lado a una gran parte de la sociedad, por lo que no los compartimos.
Consideramos que este escenario nos ha llevado a conformarnos como ciudadanos. Aunque seamos testigos de casos de abuso como Cambridge Analytica (Cadwalladr, C., & Graham-Harrison, E., 2018), intuyamos que la concentración de poder no es beneficiosa ni para el usuario ni para la competencia (Federal Trade Commission of the United States, 2021) y que los servicios digitales que utilizamos son opacos (¿quién decide qué contenido enseñarnos y en base a qué?), lo aceptamos. Parece una decisión basada en el “mal menor”, ante la posibilidad de que el Estado convierta el “remedio en peor que en la enfermedad”.
El origen de las malas prácticas de las plataformas digitales
Como veremos a continuación, las malas prácticas mencionadas no son consecuencia de Internet, sino más bien de la evolución que ha tenido como resultado de los nuevos hábitos sociales que han nacido en torno a su utilización y los incentivos que se han generado ante la concentración del mercado de proveedores de servicios e infraestructuras digitales.
En la actualidad tendemos a consumir contenido encapsulado, entre otras cosas por el hardware a través del que lo consumimos, esto es, dispositivos móviles. Anticipándose enormemente a lo que ocurriría años más tarde, Jeff Bezos en su carta a inversores de 2007 afirmaba que nos hemos convertido en escáneres de información, dejando de lado la lectura profunda y sosegada. Por su parte, las redes sociales ofrecen una experiencia de usuario que consiste en producir y consumir mensajes cortos, fomentando el volumen, la permanencia en la plataforma y el uso diario. Una de las últimas innovaciones en los “feeds” pasa por mostrar contenido de personas que no sigues pero que la plataforma correspondiente cree que te puede interesar (cfr. “For you Timeline on X”), incidiendo en la creación de las ya mencionadas cámaras de eco. Todo ello desincentiva la reflexión, que por naturaleza requiere tiempo, como ya hemos visto. El entorno no nos invita a soportar nuestras conclusiones a través de los correspondientes argumentos. En este sentido y como sostenía Orwell, "el propio concepto de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. Las mentiras pasarán a la historia". Ante la falta de alternativas y el modelo de negocio de las plataformas, principalmente basado en anuncios, estas no tendrían ningún incentivo para dejar de priorizar contenido que genera más interacción y que normalmente coincide con aquel que es más sensacionalista y polarizante. Por supuesto, estas decisiones de las grandes plataformas no son ilegales. Lo que sí es cuestionable es su moralidad.
Para aquellos que puedan acusarnos de paternalistas, decirles que somos conscientes del papel de los ciudadanos en todo esto. Los usuarios tendemos a autoreforzar nuestras ideas siguiendo exclusivamente a nuestros afines. Esto se extiende evidentemente a cualquier ámbito, no solo al de las redes sociales. Por ello, creemos que un exceso de intervención ya sea por parte de las propias plataformas o del regulador no solo sería inútil, sino también contraproducente, al empujar a los usuarios a otras plataformas. Aunque esto no es negativo necesariamente, puede dar lugar a una mayor polarización social si estas alternativas atraen usuarios a través de la ideología, como puede ser, por ejemplo, el caso de Truth Social, la red social lanzada por el presidente de los Estados Unidos Donald Trump tras su polémica expulsión de Twitter y Facebook en enero de 2021 (Conger, K., Isaac, M. & Frenkel, S., 2021).
Desinformación, un problema social
A los nuevos hábitos generados por dispositivos móviles y plataformas digitales, que como sostenemos desincentivan la reflexión y el debate, hay que sumarle el que para nosotros es el gran problema del siglo XXI, la desinformación. En el contexto descrito, la desinformación cuenta con una pista de aceleración con la que nunca antes ha contado en la historia, con el correspondiente impacto en la democracia y en la equidad.
Evidentemente, si las redes sociales y motores de búsqueda o chatbots han pasado a jugar un papel fundamental en la sociedad, la desinformación que tiene lugar en ellos es una cuestión que debemos abordar. La posibilidad de llevar cualquier mensaje, de forma instantánea, a millones de personas en cualquier parte del mundo, es algo que hasta hace pocos años no era posible. Por ello, no siendo la desinformación un problema nuevo, el contexto actual ha facilitado su industrialización. Como mencionamos al principio, la IA generativa es un salto más en este sentido. OpenAI recientemente publicaba un informe en el que informaba sobre el uso de sus servicios con la finalidad de manipular la opinión pública e influir en el resultado de elecciones (OpenAI, 2024). En el informe se describen varios casos orquestados desde países como Rusia, Israel, Irán o China, que utilizaron el famoso chat para producir contenido y distribuirlo en redes sociales y páginas web. Automatizar la creación o distribución de contenido no es algo nuevo, tampoco es malo en sí mismo. El problema es, como decimos, la finalidad de estas operaciones. El entendimiento de lo que sería comportamiento manipulador ha sido descrito en el Código de buenas prácticas en materia de desinformación de la Unión Europea, que volveremos a comentar ahora. El comportamiento manipulador utilizado para difundir desinformación incluye, por ejemplo, cuentas falsas, amplificación impulsada por bots, suplantación de identidad o falsificaciones profundas maliciosas. Este tipo de prácticas están prohibidas en las políticas de uso de las principales plataformas digitales.
Dada su importancia en esta reflexión, merece la pena profundizar en qué entendemos por desinformación. La realidad es que no hay una posición común, pero optaremos por la descripción que hace la ONU, que establece que “mientras que la información errónea se refiere a la difusión accidental de información inexacta, la desinformación no solo es inexacta, sino que tiene por objetivo engañar y se difunde con el fin de causar graves prejuicios.”
Como vemos, la desinformación es independiente del canal utilizado. Los medios tradicionales, a pesar de los códigos deontológicos del periodismo, también pueden ser utilizados, como vimos al comentar el caso sobre el estado de salud de Biden (cfr. ut supra). Merece la pena destacar, por tanto, que no es algo propio de Internet.
Aunque anecdótico, recordemos el impacto del programa de radio de Orson Welles en octubre de 1938 y el titular al día siguiente del New York Times:
“Radio Listeners in Panic, Taking War Drama as Fact; Many Flee Homes to Escape 'Gas Raid From Mars'--Phone Calls Swamp Police at Broadcast of Wells Fantasy RADIO WAR DRAMA CREATES A PANIC Geologists at Princeton Hunt 'Meteor' in Vain They're Bombing New Jersey!" Message From the Police Harlem Shaken By the "News" Record Westchester Calls Prayers for Deliverance Columbia Explains Broadcast SCARE IS NATION-WIDE Broadcast Spreads Fear in New Enland, the South and Wet WASHINGTON MAY ACT Review of Broadcast by the Federal Commission Possible” (The New York Times, 1938).
Las declaraciones de Welles:
“Radio is new, and we are learning about the effect it has on people. We learned a terrible lesson.”
¿Qué se está haciendo al respecto?
Ahora bien, identificado el problema y vista su importancia, ¿cómo se está abordando en el mundo? Como suele ser habitual, estamos ante un problema global, por la naturaleza transversal de la tecnología, que se aborda de forma fragmentada. Cada bloque del mundo toma una postura, lo que hace muy difícil alcanzar propuestas comunes. No obstante y ante actitudes complacientes a este respecto, recordemos que se han alcanzado acuerdos globales en materias tan complejas como la seguridad o el comercio.
Si nos centramos en Occidente, Europa y Estados Unidos afrontan la situación de forma esperada y en cierto modo inevitable. Así es, atendiendo a los distintos sistemas jurídicos, el derecho continental o “civil law” y el derecho anglosajón o “common law”, el primero es más proclive a regular y el segundo a dejar en manos de los tribunales la interpretación y el desarrollo del derecho. Como ya se intuye, existen distintas normativas que tienen un impacto indirecto en la desinformación, como la relativa a la protección de datos. Las plataformas digitales están sujetas a estas y otras normas en tanto sujetos que operan en el mercado, por ejemplo, las relacionadas con el contenido ilegal. Piénsese por ejemplo en infracciones de derechos de autor o en la distribución de contenido pedófilo. El problema es que el contenido puede ser considerado dañino, pero no ser ilegal.
En este sentido, en Europa existe la Digital Servicse Act, que impone a las grandes plataformas, literalmente, “Very large online platforms and search engines”, la obligación de “llevar a cabo una evaluación anual de riesgos y adoptar las medidas de reducción del riesgo correspondientes derivadas del diseño y el uso de sus servicios”. Entre lo que la norma denomina riesgos sistémicos a mitigar se encuentran la desinformación y la manipulación de procesos electorales. Las medidas de reducción de riesgo relacionadas con la desinformación incluyen la moderación de contenidos, una cuestión que se ha desarrollado conjuntamente entre la Unión Europea y las propias plataformas y otros actores privados en el Código de buenas prácticas en materia de desinformación de 2022. Por supuesto, todas las medidas deben sopesar el impacto en otros derechos, principalmente en el de libertad de expresión. Curiosamente, en España podemos encontrar este derecho fundamental junto al derecho a recibir información veraz. Así es, en el artículo 20.1 a) de nuestra constitución se reconoce y protege el derecho “a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”. Su letra d) establece que se reconoce y protege el derecho “a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión.”
Esto nos permite enlazar con la perspectiva anglosajona y especialmente la norteamericana. Como decíamos, en Estados Unidos lo habitual es que el derecho se desarrolle en los tribunales, no obstante, y a diferencia de lo que podemos pensar desde Europa, sus estados también regulan y el tema que estamos abordando es igualmente conflictivo en esta parte del mundo. Actualmente existen varias causas abiertas entre la asociación que agrupa a las plataformas digitales (NetChoice) y estados como Florida o Texas, que aprobaron leyes limitando la capacidad de moderar contenido de estas plataformas (American Civil Liberties Union, 2024). Mientras que las plataformas argumentan que atendiendo a estas leyes la libertad de expresión online se estaría viendo afectada, estos estados norteamericanos consideran que Facebook o Youtube censuran contenido de forma arbitraria. Todas las causas giran en torno a una norma, concretamente la Section 230, de la Communications Decency Act publicada en 1996. Esta ley buscaba originalmente la eliminación de contenido dañino para menores, permitiendo a proveedores de servicio de Internet su eliminación sin consecuencias para ellos. Con la evolución de la tecnología desde entonces y las distintas interpretaciones de la norma, hoy se entiende que esta ley ofrece inmunidad en lo que a responsabilidad civil se refiere por el contenido que terceras partes viertan en las plataformas, así como flexibilidad en la eliminación de contenido en ciertas circunstancias. Como vemos, también en Estados Unidos existe conflicto en torno a estas cuestiones. Mientras que los republicanos buscarían limitar la capacidad de expulsar a usuarios de las plataformas, como ejemplificaron las leyes de Florida y Texas en respuesta a la expulsión de Donald Trump, los demócratas buscarían una mayor presión sobre cierto tipo de contenido que consideran dañino. El propio departamento de justicia de Estados Unidos ha publicado una propuesta de revisión de la Section 230, donde argumenta que la ley debe adaptarse para equilibrar mejor la protección de la libertad de expresión con la responsabilidad de las plataformas (U.S. Department of Justice, 2020).
Conclusión
La desinformación y la moderación de contenido se han convertido en el principal campo de batalla de tecnófilos y tecnófobos. No obstante, este debate tiene más que ver con qué tipo de sociedad queremos que con la tecnología como tal. La controversia llega hasta el punto de generar debate en torno a la gobernanza de la sociedad y la idoneidad de formas política como la actual, con el Estado a la cabeza.
Aunque efectivamente el cambio tecnológico es la base del cambio social (Dator, 2019), no podemos ser complacientes. Podemos y debemos actuar para decidir cómo queremos continuar viviendo en sociedad y trabajar para redoblar las bondades que el progreso genera, actuando al mismo tiempo sobre este medio, sobre la tecnología, para depurar sus males y las consecuencias de segundo orden que plantea (Hidalgo-Barquero, 2023).
El primer reto consiste en aceptar que no hay atajos. Teniendo en cuenta los derechos que hay en juego ante un acercamiento inadecuado y el impacto que tendría en la libertad y en la igualdad no reconocer la existencia y la importancia del problema y actuar sobre él, necesitamos abrir el debate. No podemos olvidar cómo evoluciona la tecnología, por ello, sería corto de miras no reconocer que estamos ante un debate continuado que exige colaboración público-privada. Tampoco podemos olvidar la base, la educación. Al final del día, somos las personas las que debemos exigir el cumplimiento de estándares mínimos a las plataformas digitales. La única manera de hacerlo es usando o dejando de usar el servicio que prestan. Y esto lo haremos solo ante el reconocimiento, a través del pensamiento crítico, de la necesidad de exigir mejoras y en su ausencia virar a plataformas que sin ninguna duda surgirán ante la consciencia creciente de que una alternativa es posible. En este escenario, la rentabilidad de las plataformas pasará por olvidar los incentivos actuales y ofrecer una experiencia que por defecto ofrezca el poder al usuario, dejando de lado la economía de la atención (Dixon, 2024).
La tecnología blockchain es un paso muy interesante a este respecto. A través protocolos sociales como Farcaster o Mastodon se están construyendo aplicaciones alternativas, aunque con funcionalidades muy similares a las plataformas sociales tradicionales. Una de las principales ventajas, que forma parte del diseño por defecto de estos protocolos, es que el usuario es el propietario del contenido que genera. Si un servicio o aplicación no nos gusta, por ejemplo, porque sus funcionalidades generan incentivos con los que no estamos de acuerdo, podríamos utilizar otra sin perder el contenido y la red generada. En cualquier caso, estas alternativas, aun minoritarias en lo que a número de usuarios se refiere, tendrán que hacer frente a las mismas dificultades y retos y especialmente a la moderación de contenidos.
No podemos terminar sin mencionar todos los cambios que está experimentando la red social X, antes Twitter, desde su adquisición por parte de Elon Musk. Dejando de lado el debate abierto por voces cercanas al nacimiento de la red social sobre los riesgos de concentrar la propiedad de estas plataformas (Wilson, 2022), el estilo beligerante de Musk, la opacidad que hoy todavía existe en torno al funcionamiento de X (AFP, 2024) y los conflictos abiertos con administraciones de todo el mundo (Comisión Europea, 2024), hay que poner en valor los cambios que se han puesto en marcha desde su llegada. Entre ellos, destaca por su relación con la moderación de contenido la funcionalidad conocida como “Community Notes”, que se ha extendido de forma notable en los últimos meses (Buterin, 2023). Esta funcionalidad permite adjuntar notas de contexto a posts con mucha audiencia en X que los propios usuarios reporten como confusos. Como curiosidad, los propios posts de Elon Musk son habitualmente objeto de “notas de la comunidad”. Se trata de un modelo de “crowdsourcing”, esto es, descentralizado o sostenido por inteligencia colectiva. También es transparente, una de las principales exigencias que venimos destacando como premisa para que el usuario entienda cómo le afecta el funcionamiento de una plataforma y así tomar decisiones. El código del algoritmo de calificación puede ser inspeccionado por cualquier persona en Github, el mayor repositorio de código del mundo.
Como vemos, la innovación en favor del usuario también es posible. Apostemos por ello y formemos a los ciudadanos. Están en juego la libertad y la igualdad, pero también nuestra memoria colectiva.
Este ensayo se terminó de elaborar en agosto de 2024 para la asignatura Filosofía, computación y humanidades digitales en el marco del Máster en Filosofía Teórica y Práctica de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Referencias
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